El mundo de la última milla ha estimulado la imaginación empresarial como pocas veces se había hecho en el campo de los negocios.

Desde principios de siglo, muy pocos nos hemos resistido a la comodidad de que un producto aparezca en la puerta de nuestra casa tras una llamada telefónica o, simplemente, tras componer una breve melodía con tecleos y clics de ratón.

Y somos muy pocos también los que nos hemos parado a analizar verdaderamente en serio qué sucede entre esos dos momentos de pedir y recibir, qué procesos ocurren, qué personas intervienen y, sobre todo, qué impacto económico y de cualquier otro tipo tiene esa ‘magia’ que tanto nos gusta.

La cuestión como consumidores es bien simple: si lo compro, lo quiero en mi puerta ¡ya! y sin coste adicional. Y nada es gratis en este mundo, alguien tiene que pagar la factura de esta fiesta (nosotros mismos, compradores, sospechamos que donde pone «envío gratis» debería poner «el precio final de este producto ya se lo mostramos habiéndole sumado los correspondientes gastos de envío»).

La necesidad que debe ser satisfecha generará una demanda de servicios que logren ese propósito y es ahí, en ese instante, donde las leyes del mercado se ponen a trabajar y… ¡tachan! surge la solución. Alguien está dispuesto a arreglar ese ‘problema’ y a dejarnos ‘satisfechos’.

¿Realmente el sistema funciona siempre en esa dirección? Creo que no siempre. En muchas ocasiones alguien imagina una necesidad y después propone fórmulas para cubrirla. Y necesidades ya tenemos de sobra como para andar fabricando más.

Cual toro tentado por el capote, el consumidor suele entrar al trapo y convierte la ficción en realidad, obligando a las empresas que no se habían planteado competir en este albero a prestar un servicio que, como es obvio, van a querer rentabilizar.

Y ahí entran los mal llamados emprendedores, los auto esclavizados autónomos que, de la forma más variopinta, se encargan de hacerte llegar en menos de 15 minutos, desde un supermercado fantasma, una compra que no necesitas con tanta celeridad pero que te produce una sensación de poderío similar a la del dictador que da una orden y sabe que ésta será cumplida al instante.

Y cuando creíamos que no podía estirarse más este ‘chicle’, la imaginación de algunos nos sorprende y, de nuevo… ¡tachan! se da una vuelta de tuerca más con la excusa de la sostenibilidad y el cuidado del medio ambiente y aparecen en escena los ‘voluntarios’ entrega-paquetes que, aprovechando el lucro de una empresa tecnológica que pone en contacto a los que envían con los que esperamos ese envío (pero que se auto exime de cualquier responsabilidad en el proceso logístico real), unos seudoautónomos que sólo aspiran a obtener una ‘gratificación’ por los servicios prestados.

Ni la etiqueta de emprendedores podemos ponerles a estos bien intencionados precarios que aprovechan su vehículo particular (sea éste del tipo que sea) para, de paso que van de un punto a otro de la ciudad, llevar un paquete a cambio de un estipendio que más bien pareciese limosna.

Si al pensar en la figura del emprendedor logístico (o del emprendedor en general) lo que nos devuelve la imaginación es, más bien, el retrato de un «emperdedor» potencial, es que algo estamos haciendo mal en este país. «Algo huele a podrido en el estado de…» que diría Shakespeare poniéndolo en boca de Marcelo, un secundario con sentido común, en La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca.

Y es una pena, porque si hay un sector donde el emprendimiento de calidad tiene mucho futuro, ese es el sector logístico.

Con una combinación de la más avanzada tecnología y los mejores y más formados profesionales, todo regado de un marco legislativo y fiscal razonable, junto con una concienciación del consumidor sobre lo que es necesario y lo que es prescindible, se podrían crear en España iniciativas empresariales sostenibles, rentables y, sobre todo, muy útiles para este mundo interconectado (real y virtualmente) en el que la logística juega un papel esencial y está llamada a dejar de ser actor de reparto y optar a los premios a la mejor interpretación protagonista.

Ahora bien, si emprender es sinónimo de ‘buscarse la vida’, de ‘no me queda otra’, de ‘algo tengo que hacer’, de ‘podría ser peor’, de ‘esto es algo temporal’ o de ‘lo dejo cuando quiera’, entonces mejor nos iría a todos si no fomentamos el emprendimiento (ni logístico, ni ningún otro).

Pongamos todos nuestros esfuerzos en intentar vivir a costa del Estado hasta que éste quiebre y, a partir de ahí, seguro que ya habrá muy pocos ‘paquetes’ que entregar y muchas necesidades reales que ya nadie podrá satisfacer.

“emprender o no emprender en logística, esa es la cuestión”

Escrito por Manuel Dafonte, el 14 de febrero de 2022, en A Coruña.

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