OpenAI y su herramienta ChatGPT están llamando mucho la atención últimamente por la capacidad de esta última para escribir sobre cualquier tema con sólo pedírselo y conseguir que la mayoría leamos esos textos sin llegar a sospechar que han sido escritos por una ‘máquina’.

Consideraciones filosóficas aparte, debería alegrarnos que, muy pronto, la suma de todas las ‘inteligencias’ alcance cotas nunca vistas y nos permita evolucionar como especie. No obstante también debería preocuparnos (y no es algo contradictorio con la afirmación anterior) que la humanidad sea cada vez menos ‘humana’.

La facilidad de uso y de acceso a una tecnología que mejora nuestra capacidad exponencialmente (y en intervalos de tiempo más cortos) crea una dependencia de la misma que, poco a poco, transmuta en adicción.

Respondamos sinceramente ¿querríamos vivir sin nuestro teléfono inteligente? Ya sé que seguramente ‘podríamos’ sobrevivir sin él, pero preferimos pensar que, gracias a ese rectángulo que habita en nuestros bolsillos ‘súper vivimos’.

Y, salvando catástrofes planetarias irreversibles, esa adicción se convertirá en la única normalidad (ni nueva ni vieja, la única) y en poco tiempo no quedará nadie que recuerde haber experimentado otro modelo de vida, por lo que, muy pronto, “ser humano” será algo diferente a lo que hoy significa ese término para usted y para mí.

Estas reflexiones sólo son una breve introducción para lanzar una propuesta a quien quiera escucharla: ¡aprovechad el tiempo que os queda hasta que las personas dejemos de ser humanas!

Desde hace ya un tiempo, los departamentos de recursos humanos dejaron paso a otros que llamaron “de gestión de personas”; se habla de ‘felicidad’ en las organizaciones, de tener en cuenta las emociones, tanto si nos referimos al cliente como a los propios empleados, sin embargo, por mucho que nos empeñamos en maquillar las cosas, la deshumanización provocada por la tecnología está cada vez más patente en las empresas. Todo aquél que pueda ser sustituido por una máquina o un algoritmo, más tarde o más temprano será sustituido… y, lo grave, es que nos parecerá algo totalmente normal.

El pastor luterano Martin Niemöller nos legó en un discurso la idea (más tarde convertida en poema) de que la cobardía tiene consecuencias también para el cobarde…

«Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
ya que no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
ya que no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
ya que no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
ya que no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar».

¿No estaremos siendo algo cobardes ahora mismo permitiendo que la deshumanización avance sin control en aras de la máxima eficiencia económica?

El día en que el algoritmo venga a buscarnos ¿estaremos solos? ¿alguien protestará por nosotros?

No se trata de ser ‘luditas’, sólo de ser conscientes de que, por vez primera en la historia de la humanidad, hay una posibilidad muy real de que nuestra inteligencia natural sea reemplazada por una inteligencia artificial.

¿Podemos hacer algo por nosotros mismos si esto que está sucediendo no nos convence del todo? Sí, aunque no revierta la situación y tan sólo la ralentice un poco. Podemos ser ‘conscientes’, tener conocimiento de nuestra propia existencia como humanos.

Si tomamos conciencia de nuestra humanidad pondremos en valor las relaciones interpersonales, los valores intrínsecos a los seres ‘defectuosos’ pero increíbles que somos.

Y en las organizaciones podremos ver al ‘otro’ como un complemento a esa humanidad necesaria, no como una pieza desechable por su incapacidad para estar a la altura de un algoritmo o de una máquina que nunca será capaz de entender nuestra miseria y nuestra grandeza, esas dos cualidades que también nos hacen ‘humanos’ a la antigua usanza.

Siempre nos han dicho que la creatividad, el ingenio, la improvisación, etc. son ‘competencias’ intrínsecas al ser humano, capacidades que nunca serán suplantadas por la tecnología, pero esto no es verdad: puede que una inteligencia artificial sea incapaz de componer un nocturno como el nº 3 de Frank Liszt (popularmente conocido como Sueño de amor) pero creará piezas musicales magníficas a oídos de la mayoría de nosotros. No importa si no se llega a la excelencia o si la sensibilidad máxima brilla por su ausencia, el 95% de las personas nunca nos daremos cuenta.

Actualmente ya existen algoritmos capaces de ‘aprender’ y algunos lo están haciendo a marchas forzadas, alimentados por la infinita información que otros como ellos (y nosotros mismos) depositamos en la red, por eso a día de hoy ya nos resulta imposible a casi todos saber lo que es verdad o mentira, lo que tiene o no tiene intervención humana.

En muy poco tiempo la realidad no será tal sino lo que cada uno de nosotros creamos que es, y si yo estoy leyendo un apasionante libro que tiene un estilo idéntico al de Agatha Christie, con un personaje principal que se llama Hércules y un crimen que resolver, y me dicen que es un manuscrito que la escritora redactó antes de morir, jamás querré creer que dicho libro lo ha escrito hace menos de un mes, de principio a fin, una inteligencia artificial, lo único que me interesará saber es si, finalmente, el asesino fue el mayordomo.

Érase una vez un muñeco de madera en el que su creador quiso ver al hijo que nunca tuvo, un muñeco que cobra vida y sigue siendo de madera, un muñeco que, al final, ansía dejar de ser de madera y convertirse en un humano… ¿lo lograrás, Pinocho?

Como dijo el gran primatólogo español Jordi Sabater Pi «La vida no es necesariamente una aventura feliz pero sí fascinante» hagamos lo posible para vivirla como los primates evolucionados que somos: vivámosla con la necesaria humanidad.

Artículo escrito en La Coruña por Manuel Dafonte – Asociado y Colaborador de RALOG —
Finalizado el 19 de diciembre de 2022.

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