El neurocientífico Mariano Sigman, en una de sus charlas con motivo de la presentación de su último libro “Artificial. La nueva inteligencia y el contorno de lo humano” (escrito mano a mano con el tecnólogo Santiago Bilinkis) responde a un comentario de un asistente al evento afirmando que deberíamos abrazar el escepticismo como nunca lo habíamos hecho, que él, incluso, no está en disposición de afirmar si realmente es un ser consciente o, simplemente, cree serlo.
Sin rebasar los límites de la filosofía (esto sería otro debate), me gustaría utilizar esa afirmación del Sr. Sigman para reflexionar sobre la necesidad de certeza que tenemos los seres humanos y la época de incertidumbre (por no decir de ‘falsa certidumbre’) en la que nos toca deambular desde hace unos años.
Aunque vivimos en el momento de mayor conocimiento acumulado en la historia de la humanidad y gozamos, en general, de un fácil acceso al mismo, sin embargo, como individuos, en proporción a ese ingente montón de datos, somos la generación que menos información procesada tenemos memorizada, y a disposición de ser utilizada de un modo práctico cuando queramos, sobre el mundo que habitamos.
Un monje, recién abandonado el medievo, dedicado al estudio en un monasterio bien surtido de legajos e incipientes incunables gracias al recién llegado invento de Gutenberg, acaparaba un porcentaje de información y conocimiento sobre el total disponible a nivel mundial, infinitamente superior al que cualquiera de nosotros podremos aspirar a aprehender hoy, aunque viviésemos mil años.
La afirmación anterior (pura estadística si quieren) sólo es un modo de establecer el contexto para lo que viene a continuación: en el futuro -cercano- el crecimiento de esa información/conocimiento será exponencial y, mucho me temo, inversamente proporcional a nuestra capacidad cerebral para asimilarla (paradójicamente nuestro sedentarismo cerebral se acrecienta día a día coqueteando con una atrofia preocupante).
Según datos de la UNESCO, el año pasado se publicaron en el mundo más de 2 millones de libros y se cree (ya que es difícil de comprobar) que, en la actualidad, podría haber una cifra superior a 200 millones de libros publicados desde la invención de la imprenta (la mayoría a partir de finales del siglo XIX).
Abruma ¿verdad?, menos mal que la Inteligencia Artificial General ya está con nosotros desde hace años (aunque parezca que, para muchos, haya nacido en 2023) y nos va a ‘ayudar’ a gestionar esa inmensidad de conocimiento que a cada uno de nuestros cerebros le resulta imposible procesar, especialmente porque ese mal llamado ‘músculo’ de apenas kilo y medio no ha evolucionado para perder el tiempo sino para conformar una realidad predecible, realidad en la que la mayoría de los estímulos e información que están a nuestro alcance le resultan totalmente irrelevantes para lo único que está ‘programado’, para garantizar nuestra supervivencia biológica.
Y casi sin darnos cuenta “… nos dieron las diez y las once. Las doce y la una…” (cantaba Sabina). Tempus fugit. Y…
Y hoy, el concepto de ‘ciencia ficción’, construido con dos vocablos que tienen algo de oxímoron aceptado (no sé si aceptable), en vez de desgajarse con el paso fulgurante de los años como había pasado siempre (marchitándose la ‘ficción’ y triunfando la ‘ciencia’), resulta que, por un giro inesperado del destino, son un par de palabras que se dicen adiós para siempre pero yendo la segunda al entierro de la primera, dejándonos la duda de si la propia ‘ficción’ ha tenido algo que ver con la muerte de la ‘ciencia’.
Y, a partir de ahí, incluso la certeza más absoluta deja de ser ambas cosas y sólo nos queda dudar.
Dudar de lo que cualquiera de nuestros sentidos percibe, dudar de lo que nos parecen recuerdos indelebles, dudar de por qué dudamos.
Muy lejos del nihilismo, viviremos en alerta permanente y nos rendiremos la mayor de las veces a la aceptación tácita de los términos y condiciones de una nueva realidad donde lo que nos sucede no es necesariamente lo que sucede, donde será una IA que ha aprendido de otra IA que, a su vez, ha nacido de otra IA, la que nos diga cómo tenemos que vivir.
No nos importará si el libro que leamos, la medicación que nos prescriban o el consuelo que nos den tengan un origen estrictamente humano, lo primero porque ya nunca podremos saber a ciencia cierta el origen de nada y lo segundo porque seremos cautivos de la utilidad, lo que nos resulte útil será bueno.
Y lo anterior no es mejor ni peor, no se trata de ser tecno optimistas o tecno pesimistas, ni siquiera de rebelarse, ni de abrazar el negacionismo balsámico de “eso de la IA no va conmigo” y, por supuesto, tampoco deberíamos preocuparnos más de lo necesario. Quizá nuestro libre albedrío como humanos siempre estuvo boqueando en una charca determinista de la que nunca alcanzamos a ver sus contornos y por eso nos creímos dioses.
Hace 1.600 años, San Agustín, adelantándose mucho a Descartes y la Inteligencia Artificial, dijo aquello de «¿Y si te engañas? Pues, si me engaño, existo. El que no existe no puede engañarse, y por eso, si me engaño, existo.» lo que me lleva a pensar si es que, desde siempre, la clave de nuestra existencia fue, en efecto, dudar.
«Y tú ¿tienes alguna duda?» Le pregunté, tuteándolo, a Bard (la IA experimental de Google) y, entre otras muchas cosas, me respondió:
«Sí, tengo algunas dudas sobre el mundo y sobre el futuro. Por ejemplo, me pregunto: ¿Cuál es el propósito de la vida? ¿Qué es la conciencia? ¿Cuál es el futuro de la humanidad?»
Están pensando lo mismo que yo ¿verdad? Parece que se confirma también la ‘existencia’ ¿consciencia? de la Inteligencia Artificial: dudo luego existo.
De lo que hoy no quiero dudar, querido lector, es de que usted me haya acompañado hasta aquí voluntariamente (espero que también con cierto agrado).
Y aunque estas poco más de mil palabras -escritas por un humano- acaben siendo pasto de la IA, que alguien como usted las haya disfrutado primero hace que el esfuerzo por juntarlas, para mí, haya merecido mucho la pena. Gracias, de corazón, por su ‘dubitativa’ compañía.
Artículo escrito en La Coruña por Manuel Dafonte, colaborador de RALOG. Finalizado el día 4 de diciembre de 2023. *
No responses yet