Puede que cuando estés leyendo esto ya hayas votado, tanto porque tu momento de lectura sea posterior al 23 de julio de 2023 como porque, aunque lo estés ojeando el día previsto para su publicación (el 20 de julio), quizá ya hayas ejercido tu derecho constitucional por correo.
O puede que, lo leas cuando lo leas, no hayas votado ni lo pienses hacer (que también estás en tu derecho), al fin y al cabo, de eso va lo de ser libre, de elegir.
Si creías que en este artículo, veraniego para algunos y atemporal para otros, iba a disertar sobre el proceso electoral, sobre la importancia de las elecciones generales que se celebrarán en España dentro de pocas fechas (contando que para mí el día en que estoy tecleando están recién rematadas las fiestas de San Fermín) siento decepcionarte, este artículo va de “elecciones” sí, pero de esas que hacemos cada día y que, para creernos que son algo racional y que no se escapan a nuestro control, preferimos llamarlas “decisiones”.
Por eso yo creo que “Elegir” es sólo la antesala de lo verdaderamente importante: “Decidir”.
Elegir es valorar, cuestionar, entender… Decidir, sin embargo, es pasar a la acción, dejar atrás, arriesgarse, asumir responsabilidades, equivocarse…
Y confundir una cosa con otra es una de las causas más probables de las frustraciones personales y empresariales.
Pongamos un ejemplo: necesito un proveedor de software para mi negocio y me dedico a recabar información sobre todas aquellas empresas que podrían prestarme ese servicio. Estoy intentando elegir entre ellas y, aunque tenga preferencias por alguna, todavía mi proceso no impacta en modo alguno en mi cuenta de resultados.
Incluso si considero que he logrado encontrar al proveedor adecuado, el que más me convence por reunir muchas de las características que busco en el servicio que me ofrece (asumiendo de partida que es imposible que un único proveedor cumpla al 100% con mis expectativas y sabiendo que sólo tengo presupuesto para contratar a uno en exclusiva) por ahora simplemente todo es una mera posibilidad, una entelequia, nada es todavía real.
Esa elección (que puedo tener clarísima en mi mente) solamente me compromete cuando firmo con ese proveedor: eso es una decisión, con multitud de consecuencias, la primera de ellas y la más importante… económica (tengo que pagarle).
Y si hay algo peor que decidir es que la propia decisión me impide volver a la placidez del momento en el que sólo estoy ‘eligiendo’, a ese momento ‘teórico’ en donde puedo imaginar lo que pasaría sin que realmente esa hipótesis sea necesariamente verdad.
¡Ah! pero si decido, si paso a la acción, haberme equivocado ya entra dentro de la ecuación y, lo que es peor, que me engañen también es perfectamente posible.
Veamos otro ejemplo más relacionado con el ámbito personal: estoy interesado en iniciar una relación de pareja y valoro los pros y contras de llevar ese proyecto de vida con dos de las personas con las que, creo, yo encajaría.
Perfecto, estoy ‘eligiendo’, aunque ellos o ellas no lo saben, es un acto puramente íntimo y privado, sin consecuencias. Ahora bien, cuando decido hablar con una de esas personas, convencerla, seducirla, enamorarla y logro mi objetivo… o no, sea como sea, mi vida personal ya nunca será la misma y, mirando atrás, siempre me vendrá a la cabeza, aunque sea por un instante, esa pregunta sin respuesta del ¿qué hubiera pasado si…?
Es lo que tiene decidir, que cuando metes el sobre en la urna ya no hay vuelta atrás, sólo queda asumir las consecuencias, lidiar con lo que suceda, enfrentar los muchos «Donde dije digo, digo Diego» y tirarte otros 4 años ‘eligiendo’ hasta que puedas ‘decidir’ de nuevo.
Pero ¡un momento! ¿acaso estamos hablando en este artículo de votos, urnas, elecciones generales? ¿Pero no se había dicho al principio del artículo que esto iba de otro tipo de “elecciones”?
¡Ay amigo! es lo que tiene ‘decidir’ leer creyendo a quien esto escribe, un ser capaz de retorcer las palabras haciendo que las cosas parezcan lo que no son para hacerte llegar hasta aquí y pedirte que, si vas a votar, sea en las elecciones que sean, asumas las consecuencias de la decisión que tomaste al meter la papeleta en el sobre, mojar levemente la solapa en su reverso e introducirlo en la urna real o virtual de tu colegio electoral.
Y como votar, para mí, es decidir, me gustaría que, en España, el 23 de julio, no hubiera “Elecciones Generales” sino “Decisiones Personales”, en las que sólo uno mismo es responsable de lo que le va suceder una vez que otorga su confianza a alguno de los del “Donde dije digo…”
¡Pobre de mí! (que cantan en Pamplona en estos momentos), ¡qué lejos estamos de conseguir decidir nuestro futuro! pero mientras nos lo imaginamos como si pudiese ser posible elegirlo a nuestro gusto…
¡Feliz Verano! y ¡Disfruten lo votado!
Artículo escrito por Manuel Dafonte, colaborador de RALOG, en La Coruña a 15 de julio de 2023 (sin Chat GPT ni ninguna otra IA).
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